Llego a mi casa, Gijón. Poso la mochila en la cama. Atrás deje amarillos de trigo y maíz, y verdes de chopos alzándose humildemente desde la mano del hombre. Atravesé en ida y vuelta el verde que inunda todo hasta los montes que no hacen pie en él. Rompo ahora el pan con mis manos y recuerdo la navaja atravesando la hogaza. No necesito su filo aquí, el pan se corta solo casi, se come solo casi. Atrás deje las caricias dolientes del sol y el abrazo inquietante de la niebla, vi justo después las luces de la ciudad que no me saluda al verme. Busque mi casa apretándome los ojos. Al final el azul del mar, el único color. Termino de hacerme el bocata y desde mi ventana pienso: Tardare días en diferenciar todos los grises de las aceras.